Estaba bien
entrado el Otoño, las pardas y ocres hojas cubrían todo el sendero, pero las
que reconocía desde la lejanía y mas me llamaban la atención, fueron unas que caían
desde lo alto de un gran paredón rojizo (antiguas murallas de la Alhambra), desde
allí se despeñaban unos grandes y malolientes pliegos de pergamino con inscripciones,
eran unas tablas ordenadas de menor a mayor. El color de estos números eran
negros sobre todo pero algunos estaban pintados en un rojo bermellón descolorido
por el sol y desvanecida su original belleza.
Caían como grandes pétalos a mi paso, el
viento mecía su aliento mezclándolo con los dulces aromas del arrayán.
El color rojo del atardecer lo inundaba
todo ahogándome. Era una sensación única, sublime, pero triste, se acababa un
nuevo año, otro año perdido entre luchas y anhelos, entre cuitas imposibles y
sueños rotos. Se aceleraba el tiempo, los momentos eran cada vez más cortos y
los silencios más largos. Las emociones eran imprecisas pero recurrentes, se
acaba un año y comienza otro, se acaba una vida pero comienza otra.
Poco queda que escribir con los colores del
arco iris en mi retrato, algunas pinceladas, algún matiz. Supongo que apenas
unos minutos, solo espero la orden de quien guía mis pinceles para acabar
definitivamente este tercer panel donde aparece un amplio y estudiado compendio
de profundas reflexiones.
Al ser
que describo en la obra no termino de entenderlo, porque cada día me sorprende
con nuevas y descabelladas declaraciones. Con nuevos y disparatados sueños. Ese ser que se repite en cada uno de
los lienzos y que me mira desafiante aunque triste y reflexivo es de color
violeta, sus azules rojizos me extrañaron mucho, pero no sólo a mi, quien lo ha
visto, aunque solo sea en fotografía me interroga sobre el propósito y el fin
de esas tonalidades, cosa que nunca supe contestar hasta hace unas horas en que
mi vista vuelve a encontrarse con Kandinsky, leyendo: “De lo espiritual en el arte”.
“Así
como el naranja aparece cuando el rojo se acerca al espectador, el violeta
surge al alejarse el rojo por medio del azul. El violeta tiende a alejarse del
espectador. El rojo subyacente ha de ser frío, ya que su calor no hay modo de
mezclarlo con el frío del azul; lo mismo sucede en el terreno espiritual.
El
violeta es pues un rojo enfriado, tanto en sentido físico como psíquico, por
eso tiene algo de enfermizo, apagado (como la escoria) y triste. No sin razón
se considera que es un color adecuado para vestidos de ancianas. Los chinos lo
utilizan como color de luto. El violeta recuerda al sonido del corno inglés o
de la gaita y, cuando es profundo, a los tonos bajos de los instrumentos de
madera (por ejemplo, al fagot).”
Realmente no
se si estoy de acuerdo o no con el maestro, de hecho ni tan siquiera me lo
planteo, pero nuevamente la lectura de este manual de arte me ha hecho reflexionar
en mi obra y sobre mi vida. Me queda un tercio del libro, y espero y deseo que
me abra más puertas a mis pobres entendederas este delicioso libro.
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