miércoles, 28 de noviembre de 2012

“Sobre lo Espiritual en el Arte”



 

 

       Este libro fue publicado por Vasili Kandinsky en 1911, esencialmente  propone despertar la capacidad de captar lo espiritual de las cosas materiales y abstractas. Que el espectador se enfrentara a la obra de arte con el alma abierta y queriendo escuchar.

 

    “La riqueza cromática del cuadro ha de atraer con gran fuerza al espectador y al mismo tiempo ha de reconocer su contenido profundo”


       Después de leer y releer esta cita, pienso que: la forma, el plano el color, todo unido o separado conforma un único universo mágico que me atrapa, me subyuga y me libera, forma parte de la pasión del artista, de su búsqueda incansable por la belleza; esa que no se deja atrapar, esa que libra su gran batalla para no ser desnudada y expuesta cruelmente a las lascivas miradas del mundo.
      Noches de vigilia contemplando en la penumbra; en la mas absoluta de las soledades mi obra escondida entre las hojas  despedazadas de infinitos bocetos la ultima pincelada, tocando el frío lienzo, lo hago como si encerrara en su interior un ojeroso muerto amortajado y preparado para ser descuartizado por miles de gusanos, como si de una horda de cirujanos se tratase.
      Consigo atraer la atención del espectador, pero cada pincelada me lacera el alma, pareciera que los terrosos pigmentos esparcidos por mi paleta perteneciesen a mi piel seca y triturada, hábilmente tratada y coloreada para que forme parte de la obra, presiento que “El retrato de Dorian Gray “me pertenece. Percibo el lento pero inexorable y progresivo envejecimiento de la tela, de los tintes. Los aceites queman mi piel y la hacen sangrar resbalando por mi cuarteada cara, depositándose en los cuencos donde vuelvo a recoger esos malolientes y putrefactos excrementos.
      El balanceo cromático esta hábilmente distribuido por la estancia, los colores son limpios y puros y la suavidad de la degradación de las formas le da una fría y desagradable estructura.
     El gesso artesano absorbe el óleo, los continuos y obsesivos raspados me devuelven unos profundos y multicolores matices, pero también unos luminosos y cristalinos esfumatos.
    La obra está casi terminada. ¡Los ritmos! Ese rondó sutil esta presente, conformando un simple pero violento mapa estructural.
    El compás armónico ya hizo su trabajo, los mosquitos y el polvo también, solo queda que el ser que mueve mis manos haga el trazo final, ese grafismo que identifica mi triste y solitaria obra.

        Trabajando duro, viejo, espero hacer algo bueno algún día. No lo hago todavía, pero lo persigo y lucho”.  Vincent Van Gogh


jueves, 22 de noviembre de 2012

TUBULAR BELLS





       Tubular Bells es el primer disco de estudio del compositor y multi-instrumentista Mike Oldfield, lanzado el 25 de mayo de 1973. Su música  se desarrolla a través de diferentes ideas que van evolucionando, concatenando o fusionándose a lo largo del disco, combinando diversos matices e instrumentos musicales, generando un clima diverso en cada sección, desde lo misterioso, épico, triste, alegre o nostálgico, culminando en una alegre y rápida melodía ejecutada en guitarra acústica, la cual es un arreglo de un tema tradicional.
    Resonaba en mi cabeza este magnífico tema. Paseaba por la Carrera de la Virgen, era una apacible tarde de otoño y pisaba las ocres hojas de los plátanos que se erguían majestuosamente sobre mi cabeza. El paso era firme pero acompasado, percibía la humedad de la estación en la que nos encontrábamos, perfumes de arrayán y musgo se deslizaban por mi pituitaria. No sabía que me iba a encontrar unos metros mas abajo, desde donde ya no vería Sierra Nevada, por lo que bajaba el bulevar distraídamente (como acostumbro) y nada perturbaba mi paz interior ni tan siquiera presentía que la perdería mas adelante.


     “Fríos pedestales, sobrios y cortantes que soportan desnudos esqueletos de acero. Osamentas  finamente envueltas en una leve capa de inocentes y plúmbeas nubes”.



    Me encontraba en los jardines que discurren en forma longitudinal, paralelos al cauce del río Genil, donde crece el boj y el aligustre. Allí las zonas de estancia se distribuyen a lo largo de los jardines, formando hasta un total de once glorietas, pero la que siempre me ha fascinado es la de los árboles de Júpiter, esos que rodean a una palmera datilera. Sí, me encontraba en el paseo del Salón.
    En tan abierto y romántico marco tropecé con la muestra “Rodeando el espacio”,  una serie de ocho esculturas de gran tamaño, de entre 4 y 5m de altura, realizadas en acero inoxidable y de sobria factura.
   Para el autor de la propuesta, Aitor Urdangarín, que ha bautizado las piezas con nombres tan diversos como `Tauromaquia´, `Nudo´ o `Contacto´, "las obras tienen una temática común", ya que en todos los casos, el autor juega con el espacio, creando líneas que modelan el vacío, y dibujando distintos juegos geométricos en torno a la línea curva, tanto abierta como cerrada.
      Las esculturas de Aitor Urdangarin nacen del amor a la forma sinuosa, en ocasiones estas son dos, y en este caso se funden en un abrazo. Podrían ser ofidios en actitudes lascivas y muy sugerentes para el observador, máxime teniendo en cuenta  el lugar donde se encuentran enclavadas. Unos amantes que nos ofrecen sus estados de ánimo, no siempre tranquilos y calmados, hay ocasiones que se nos presentan vibrantes, joviales y retorcidos por la pasión en el momento álgido de entrega.
   Según camino y veo cada pieza, descubro a gráciles bailarinas, torsiones imposibles que se elevan a cotas insostenibles apoyadas en histriónicas y ondulantes formas, enormes y rechonchas flores que contrastan con espirituales altas y livianas estructuras. Pero siempre apreciando y valorando esos vacíos que nos deja para que el espacio que las rodee en cada momento las inunde y los llene, forme parte del todo.
    El equilibrio sutilmente logrado gracias a la estructura clara y repetitiva de resortes que atenaza el momento y lo comprime hasta lograr cortar la respiración, lo logra con esa ballesta cargada y dispuesta a dispararse en cualquier momento, esto le da una pregnancia a la escultura que nos hace ser cautos al acercarnos, pues en caso de explosión nos dañaría fuertemente.
    La geometría es una asignatura que no deja al azar, la utiliza con maestría, mostrando en cada una de las piezas, la necesidad de dejar muy sentado el movimiento a seguir para que podamos conocer el principio y fin de la ondulante y sinuosa pieza y conocer de primera mano todas y cada una de sus conexiones, tanto intrínsecas como externas.
    El ritmo impuesto por todas y cada una de las representaciones hace que conozcamos de antemano al autor, es su firma, esa rúbrica hecha de materia orgánica serpenteante, no en vano es un escultor abstracto-organicista.
      Maravilloso paseo otoñal el que me ha ofrecido este autor, que con sus grafismos me ha ayudado a atrapar las nubes, a envolver el trino de los pájaros, pero sobre todo a conocer un poco mas mi bella ciudad, en esta ocasión, de la mano de la materia, del acero pulido y aséptico salido de la fragua, esa con la que comulgo casi a diario.
    Un pensamiento me deja consternado y dolorido, una frase que dijo, no he podido encontrar donde, y espero que sea una errata, pues en nada estoy de acuerdo con el.
   Urdangarín usa el calor para modelar sus tubos, y deja la materia pulida, en estado mate, ya que a su entender, con brillo "parecerían objetos decorativos".
   Dejo en el aire sus palabras…


  






lunes, 19 de noviembre de 2012

EL CANTO DEL GRILLO



                                   




          De los tres padres fundadores de la poesía moderna (los otros son Baudelaire y Rimbaud), Stéphane Mallarmé (1842-1898) es sin duda el más discreto, el más refinado y el más oculto. Su obra, intensa y magnífica, se eleva hasta los límites donde el lenguaje humano pretende volverse a la vez música e idea (o tal vez, como él mismo aludió, “música de la idea”), llega al exceso no por el desborde sino por la concentración, por la sensualidad de su ascetismo espiritual. Y le absorbió prácticamente toda su vida. Una vida que, a diferencia de sus grandes colegas de trágica bohemia, parecía haber sido calma y sosegada.


           Traducción de carta de Stéphane Mallarmé A Eugène Lefébure
27 de mayo de 1867
     “Yo no conocía sino el grillo inglés, dulce y caricaturista: ayer solamente entre los trigos jóvenes he oído esta voz sagrada de la tierra ingenua, menos descompuesta ya que la del pájaro, hija de los árboles en medio de la noche solar, y que tiene algo de las estrellas y de la luna, y un poco de muerte; pero cuánto más una sobre todo que la de una mujer, que caminaba y cantaba delante de mí, y cuya voz parecía transparente de mil muertes en las cuales ella vibraba —¡y penetrada de Nada! ¡Toda esa felicidad que tiene la tierra de no estar descompuesta en materia y en espíritu estaba en ese sonido único del grillo!”
   Si la poesía es para Mallarmé la perfecta expresión de la belleza, es porque las palabras, elegidas también por su vibración acústica, cobran un sentido más puro, y de la sucesión de las mismas palabras, a despecho de la sintaxis si es necesario, se desprende una música cuyo sentido se evapora en sus múltiples posibilidades, tanto más cuanto que la abolición de la puntuación libera el flujo sonoro, el canto.
      Poeta, maestro de los simbolistas, fue el oráculo de los "martes"(las famosas veladas literarias que acogía en su apartamento de la calle Roma) este amigo fiel de poetas y pintores, este innovador, este espíritu exigente, lamentaba hondamente no ser un grillo. "Sólo ayer, entre el trigo joven, oí esa voz sagrada de la tierra ingenua...Toda esa felicidad que tiene la tierra de no estar descompuesta en materia y espíritu estaba en ese sonido único del grillo". Aquí se expresa lo esencial de la búsqueda mallarmeana de la voz única, cósmica, materia y espíritus confundidos, búsqueda resumida en esta fórmula.
        Stéphane vio en el canto del grillo "la voz una y no descompuesta" de la naturaleza. El grillo mallarmeano era  la voz de esa naturaleza silenciosa, compuesta de sonidos repetibles, ilimitados y perennes, cuya descomposición sólo se hace posible en la voz humana. De alguna manera, para el insecto el lenguaje humano no se diferencia de su canto, ya que se basa en la repetición y combinación de una serie discreta de elementos, pero el hecho de que las posibilidades combinatorias sean infinitas para el sujeto de modo que éste puede percibir en esos posibles su propia unicidad, sus límites y ver allí finalmente cómo se descompone la naturaleza frente a su particularidad, introduce la diferencia y el dolor.
   Creó poemas cerrados en sí mismos, lejos de cualquier realismo, donde el sentido proviene de las resonancias. En su poesía las sonoridades y los colores juegan un rol tan importante como los sentidos cotidianos que tienen las palabras, lo cual hace su traducción realmente difícil, pero sobretodo nos hace sentir libres.
    Según algunos autores, fue el creador de un impresionismo literario (escribió que su intención era «pintar no la cosa, sino el efecto que produce», por lo cual el verso no debía componerse de palabras, sino de intenciones, y todas las palabras borrarse ante la sensación)
     Este humilde grillo que escribe, hace años, muchos años que dejó de cantar, tampoco vio el fruto de sus entrañas en las ninfas que nunca hubo en las putrefactas aguas que le rodean. De cualquier manera tampoco fui capaz de entonar esas dulces melodías en las noches de insomnio y cacería.
   Tampoco mi parca prosa presenció noche alguna de tertulia, nunca departí con grandes ni mediocres conversadores, ni fui capaz de ver belleza en cosas simples y sencillas.
   El grillo. El grito del grillo, el llanto y el lamento del grillo en la soledad de la noche poco me acompañó en la solitaria ciudad. Admiro la capacidad de ver y dibujar esa belleza como lo hicieran los poetas.  Con un animal oscuro, frío al tacto de aspecto de cucaracha y escondido en la campiña, nos preparó un suculento manjar acompañado de su lírica y regado con una sonora  y vibrante poesía.
Escucharon, desmembraron cada rima de su gemido, de su “quejío” y lo elevaron a las máximas categorías del arte. Vieron la musicalidad y la cadencia de las múltiples composiciones nocturnas que interpretaban para ellos esos pequeños y desde ahora entrañables seres.
    Pintar palabras y escribir colores, eso pretendo, siempre lo he pretendido, pero hoy buscando a un músico del romanticismo me he encontrado nuevamente con mi admirado compositor de ideas, con este hombre que se lamentaba por no haber nacido grillo.
    Mezclo colores, elevo las texturas a límites imposibles, raspo y lijo la mancha, velo suavemente el basto estuco para proceder seguidamente a restregarlo violentamente con trapos y papeles que se arrugan y se rompen  sembrando  el parquet de mi estudio de finas lágrimas multicolores y pegajosas. Ellas y sólo ellas son testigos mudos del violento encontronazo del hombre con la materia, de la inutilidad de querer retratar lo imposible, de transcribir los sueños a una burda tela de saco.
     Nuevamente el grillo volverá a cantar noche tras noche y yo con él vagaré por los infinitos, oscuros y peligrosos cenagales descompuestos en la “búsqueda”; en mi “búsqueda” e intentaré plasmarlo en un trozo de blanda y mullida nube de papel o un tosco lienzo, con balbuceantes trazos de aprendiz de grillo.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA TRAMA DE MALÉFICA





                                                LA TRAMA DE MALÉFICA








        “En el día del nacimiento de la Princesa Aurora, sus padres, el Rey Estéfano y la Reina Flor, organizan una gran ceremonia a la que invitan a todo el reino. Durante la ceremonia, Maléfica aparece, decepcionada porque no la han invitado, y como venganza, hace caer una maldición sobre la princesa, diciendo que en el día en el que cumpla 16 años, se pinchará el dedo con el huso de una rueca, y morirá.”
   Así comienza el cuento de la bella durmiente. Ya lo conocemos todos, pero lo que quizá no recordemos muy bien es la parte en que Maléfica hace crecer un bosque de espinas alrededor del castillo, y después, se transforma en un enorme dragón negro y púrpura, y ataca a  Príncipe Felipe (que nada tiene que ver con la familia Borbón). Al final, Felipe la apuñala con su espada (en su forma de dragón), acabando así con Maléfica.
   Cuando escapé del torreón situado en lo alto del castillo, donde estuve encerrado mucho tiempo tejiendo para la malvada bruja y su ejército no reparé en lo que dejaba atrás, sólo pensaba en salir de allí con el menor daño posible. En cuanto pude fugarme respiré hondo y pensé que ya nunca más tendría que subir a las mazmorras situadas en la tercera planta, me sentía feliz por ello. Aunque tenía aun lo recuerdos muy vivos y algunas cicatrices se habían vuelto a abrir, continuaban sangrando y emitiendo nauseabundos olores que asustaban a los que me rodeaban.
   Ayer lunes encontré un pequeño papel en mi libro de lectura, alguien lo había dejado allí para que yo lo encontrara a primera hora de la mañana. Estaba muy bien doblado y en el me hablaba del azul ultramar, volvía el lapislázuli a mi vida, Arturo Casciaro comenzó con su libro, yo lo continué con el texto y Ana Isabel Sevillano Trujillo lo terminó en su misiva.
   La nota era corta y escueta, unas palabras amables y otras que me hicieron ruborizar, pero sobre todo muchos silencios, unos ensordecedores silencios que llenaron mi estancia y me sumieron en una gran melancolía, pues recordé que ella seguía allí en lo alto del castillo.
  Comenzaré desde el principio, pues la historia es larga y aun no ha concluido, pero merece la pena ser recordada y contada.
  Todo comenzó como un día normal de la tejeduría del terror aunque aun no sabíamos que la denominaban así. Bellas y danzarinas hordas de hebras de hilo sobrevolaban sobre nuestras cabezas, la música nos envolvía y aún Maléfica no se mostraba envuelta en llamas verdes y no pululaba por allí su secuaz llamado Diablo, al que denomina cariñosamente "Fiel Amigo" y su ejército de ineptos monstruos tampoco habían hecho acto de presencia.
     El escenario estaba montado maravillosamente y los tramoyistas conocedores de su oficio no dejaban ningún hilo sin atar, para que de esta forma, las sargas, satenes y tafetanes salieran a la perfección. Los copos de lana nos servían de sujeción en nuestro etéreo nadar sobre esas nubes en las que nos zambullíamos. Así iban transcurriendo los días, pero me daba cuenta que los decorados eran sólo eso, cartones pintados para tapar las rejas de las ventanas, los fríos muros y las grandes cerraduras que había en la gran estancia hasta entonces dividida en dos maravillosos salones digno de un rey.
     Éramos sólo algo más de media docena de escogidos para hacer compañía  a la bruja y sus secuaces, pero cuando nos captaron no sabíamos cuales eran sus intenciones ni hasta donde podían ser de malvados. Las comidas se fueron tornando agrias y pobres, apenas nos calmaban el apetito y pronto comenzamos a pelearnos entre nosotros por tan preciado botín. Esto fue sólo el principio, aunque ya desde aquellos primeros días me di cuenta de algo que me extrañó mucho, pues uno de nosotros apenas si comía y notaba que se estaba consumiendo de pena y hambre. Sólo mucho tiempo después pude descubrir que se trataba de la Princesa Aurora.
     Estaba en su rincón, rodeada de telas de araña hábilmente tejidas para que no notara que estaba siendo atrapada en la malla, su banco de trabajo estaba tres puestos mas allá del mío, no podía verla ni oírla, las máquinas con su ensordecedor y rítmico rugir no dejaban que pudiéramos comunicarnos entre nosotros ( ahora lo he comprendido). Su tez blanca y pálida denotaba su rancio abolengo y su erguida espalda correspondía a un ser nacido de alta cuna. Con su larga y trigueña cabellera, bien se podría tejer un etéreo traje de piel de ángel comparable con el mejor raso o satén. Allí estaba ella sumida en una extraña melancolía.
    Pasaban los días y las semanas sin darnos cuenta del lugar tan tenebroso en el que nos encontrábamos, parecía que estuviéramos adormilados, no se si nos proporcionaban algún tipo de brebaje para mantenernos en ese sopor continuo. Con los años supe que esta joven era una artista llegada de la vecina Córdoba y pude comprobar por mi mismo de su maestría y destreza en estas artes y otras.
    Después de muchos meses o años nos fuimos conociendo, realmente no se cuanto tiempo trascurrió pues nos habían privado de la luz y los relojes y sólo nos permitían parar de tejer unas breves horas al día para comer y descansar en los camastros que nosotros mismos improvisamos con los restos de tejidos inutilizados por las ratas que por allí moraban.
    Una tarde (lo supe al salir) me encontré  con que mis grilletes estaban sueltos, podía escapar y por supuesto no lo dudé, no tuve que decirle nada, únicamente le mostré mis muñecas libres, delgadas y sucias, pero sin las cadenas que durante tiempo llevé. Una lágrima asomó de sus limpios ojos y me dijo, “no te vallas, no me dejes aquí sola”, pero ya apenas si pude llegar a escuchar ese sollozo, ese grito desesperado, pues corría montaña abajo sin mirar atrás, sin despedirme de ella, sólo quería volver a respirar.
    Años después o días, realmente no lo sé, veo que la princesa sigue cautiva, la princesa está triste. Se que duerme sentada en el banco de trabajo liada en la manta que tejiera yo con lana en el telar debajo lizo, esa frazada blanca que fue mi ultimo trabajo en el “Reino de lo vertical”.
    

sábado, 10 de noviembre de 2012

W. MORRIS Y YO






                 Llovía mucho este mes de Noviembre sobre Granada, había abandonado temporalmente la manufactura de “libros de artista”, no como él, que hasta en su lecho de muerte le seguían visitando para pedirle consejo sobre el maravilloso mundo de las artes gráficas. Los últimos años de su vida los dedicó al taller imprenta Kelmscott Press, donde imprimió libros de gran calidad y creó nuevas tipografías de reminiscencias góticas. Editó, entre otros títulos, las obras completas de Chaucer en volúmenes bellamente encuadernados y pulcramente impresos con ilustraciones de gran sensibilidad.
   Cuando me refiero a él, hablo de William Morris (1834-1896), poeta, pensador, político, pintor y diseñador, es una figura singular en la historia inglesa de la segunda mitad del siglo XIX, el artífice del gran impulso renovador en el dominio de la estética y la popularización del arte en Inglaterra y en casi toda Europa.
   Me encuentro solo, llevo pensando una semana el texto que le presentaré a mi amiga  Mª de los Ángeles Jiménez, a la sazón mi profesora de Historia del Arte. El tema sugerido fue, sobre este autor Británico, con el cual me siento muy identificado en el sentido de sentir y vivir el arte y el diseño con el mismo amor y pasión, con lo cual seguiré haciendo este comentario desde un punto de vista muy subjetivo, pues habiendo interiorizado los principales puntos que tenemos en común, paso a reflexionar sobre ellos desde la “introspección”. Intentaré darle vida y lo pasearé por mi mundo y así entre los dos darle un valor añadido a este relato, sin que con eso pretenda ser exhaustivo en la cantidad de información, pero si en la calidad, pues me ceñiré expresamente a los nexos en común o muy encontrados entre nosotros. Romperé la barrera del tiempo para que sea atemporal, hasta tal punto que quebraré la cronología de su biografía para centrarme en la parte que más me ha subyugado de ella y así poder escribir libremente, cosa que espero que sea del agrado de seguidores y detractores.
       Necesitaba adentrarme en lo más profundo del arte y la creación, pues ya llevaba casi veinte años de mi abandono de estos elementos vitales para mí. Todas las ilusiones quedaron relegadas, la vida me había cambiado totalmente y debía empezar de nuevo.
     Ya todo estaba medido fijado, quedaba atrapado en la máquina. Pero para llegar hasta ese punto debieron de pasar unos duros años. Tiempos muy difíciles, que dejaron una huella indeleble en mi espíritu, cambiando todas las bases ideológicas y algunas conceptuales.
      Volvía de fiesta como tantas noches en aquel tiempo, una madrugada cualquiera en la que volvía a casa, me encontré con un cartel en la calle, es una pena, pero ya no lo conservo, estaba dentro de un libro que presté y nunca me devolvieron. Era de un curso de iniciación a los tapices. Siempre me gustaron, los amé desde que vi los que había realizado Miró en su fundación, que visité a principio de los años ochenta, incluso realicé algunos, los cuales ya no conservo.
      El curso pasó sin pena ni gloria, pues la monitora no tenía apenas formación sobre la materia, pero aprendí las bases para comenzar a estudiar y a realizar tan precioso y versátil arte. Así con todo ello y una gran fuerza de voluntad realicé mas de media docena de tapices, alguno de ellos de grandes proporciones.
    Hace un año estuve matriculado en la Escuela de Arte de Granada en el ciclo de “Tapices y tejidos artísticos”, con una gran decepción para mí, ya no por el arte en sí, sino por el choque con la forma de entender la docencia. Un año casi perdido hasta este momento en que me encuentro con un espejo viejo, muy deteriorado por el tiempo, pero en el que reconozco mi imagen, allí estaba yo haciendo un rapport que nunca llegué a estampar por la mala relación a la que habíamos llegado el excéntrico docente y yo.  Este trabajo me lo recuerda Morris en un escrito muy interesante sobre ello. Ya estaba inventado y estudiado, no era tan moderno como yo pensaba. (1)
         “Las necesidades absolutas de este arte [del diseño de «patterns»] son la belleza del color y el sosiego de la forma; el color se puede obtener por las combinaciones más simples; la forma puede ser sencillamente líneas abstractas o espacios, y no necesita por fuerza tener un significado identificable o explicar una historia expresable con palabras. Por otra parte, para la pureza del arte es necesario que su forma y su color, cuando tienen una relación con los hechos de la naturaleza (como la mayor parte lo tienen) sugieran estas partes y no las describan”.
     
 En este sentido, creo que uno de los aspectos más innovadores en la reflexión estética morrisiana es haber asumido el carácter decorativo de la mayor parte de los bienes de consumo, y haberlo hecho aceptando los aspectos más humildes y que menos llaman la atención. Dos cosas son muy importantes, una es la aceptación de una finalidad estética meramente agradable; la otra, haberlo descrito en términos formales, y formalistas, intentando incluso explicar el grado de convencionalización deseable en el dibujo sólo en términos espaciales. Así ocurre en todos aquellos párrafos dedicados a explicar cómo se deben diseñar los estampados. Cuando habla del grado de abstracción del tratamiento gráfico, y de estilización deseable de la forma de los motivos, del peso de la forma y del color, de recursos como el silueteado y el macizado, de la organización de la estructura geométrica y todas las pautas posibles, de cómo se traducen en forma los condicionantes derivados de la manera de colocar y percibir estos estampados; pero mucho más todavía cuando aborda cuestiones como el grado de misterio deseable en los «patterns», aspecto fundamental para él, que lo explica en términos de interés visual o de pregnancia; o como la del significado, es decir, el grado de identificación deseable de las cosas representadas y la explicación de los temas que es conveniente utilizar:
     “ Lo que tenemos que hacer (...) es crear las flores y las hojas que convienen a los papeles pintados, formas que se adecuan de manera evidente para ser estampadas con un molde de madera; encubrir suficientemente la construcción del «pattern» para evitar que la gente cuente las repeticiones, mientras conseguimos calmar su curiosidad por seguirlo; esmerarnos en cubrir equilibradamente el fondo. Si logramos estas dos últimas cosas, conseguiremos una impresión de misterio satisfactoria, que es una característica esencial de todos los artículos ornamentados y que obtenerla en los papeles pintados es tarea del diseñador, pues, como se ha dicho antes, no cae a pliegos, y su material tampoco no tiene ninguna belleza especial que atraiga la vista”.
     La laboriosidad de William Morris le llevaba a implicarse personalmente en todo tipo de trabajos, por lo que era frecuente ver realizar personalmente las tareas de tallar piedra, grabar madera o tejer. Interesantísima imagen representada en mi interior, era yo mismo diseñando y creando, tratando el color, preparando  tintes y tejidos.
    Meses después de esta experiencia con el mundo textil (volvemos a los años ochenta) hice una incursión en el mundo de los tintes y de la estampación en tela siguiendo las líneas orientalistas, este taller dirigido por la granadina Alhambra me fue muy útil y volví a recordar aquellos tiempos el año pasado en el ciclo de arte textil.
      Volviendo a mis días como hacedor de “libros de artista” y pasando por alto mi obra, pues quiero llegar mas lejos, al producto final de estos años, a mi desarrollo como escritor, hecho derivado de esta última faceta creativa de mi vida.
       A partir de la actividad del intercambio internacional de estos objetos, volúmenes o como se les quiera llamar y como forma de pago por tan amable trueque, comencé a crear historias sobre cada uno de ellos, mezclando realidad y fantasía, pero siempre ciñéndome a la pieza recibida, trabajando página por página en alguna de las ocasiones y fantaseando hasta límites insospechados gracias a mis lectores que agradecían cada una de mis palabras.
      Fue muy gratificante esa época, recibía elogios de todas partes del mundo y llegué a tener un puñado de seguidores incondicionales, tal fue así que les propuse un evento, en el cual ellos creaban los libros y yo les ponía el texto. Sólo les pedía el título o una frase con la que yo pudiese sustentar la historia que acompañaría a las páginas ilustradas. Aún sigue vivo el proyecto. El poeta (como ellos me llaman) sigue creando historias para sus creaciones, al igual que Morris, mi personaje polifacético, que cultivó también la literatura, practicó el ensayo y tradujo antiguas leyendas nórdicas. Su obra novelada News from Nowhere (1891) tuvo una gran difusión y es la que mejor resume el pensamiento político y social de su autor.
    En el año 1983 comenzó mi andadura en las artes como educación reglada, me matriculé en un curso monográfico de talla en piedra, estuve unos meses, pero me sirvió para conocer el lugar donde aún sigo después de tantos años y donde he vuelto hasta en tres ocasiones. En aquellos años díscolos de mi juventud conocí a Juan, el maestro de taller que comenzaba su andadura como tal y que ya lleva un año jubilado. Desde ese momento y hasta veinte años después en que estudié cerámica artística y conocí a la escultora Concha aprendí a ver en tres dimensiones, a interactuar con la obra, con la luz, a intimar con la materia y ser capaz de dejarme llevar de la mano de los autores.  Nuevamente me encuentro con él, con William, también le gustaba picar este duro material y dialogar con el.
    Como diseñador y artesano, su obra ejercería gran influencia en el diseño de libros, en el arte de la impresión, en las artes visuales y en el diseño industrial del siglo XIX. Morris diseñó tres tipografías: la Golden Type, inspirada en las romanas venecianas de Nicolas Jenson, y dos góticas, Troy Type y Chaucer Type.
    Las artes del libro siempre me han interesado, sobre todo el grabado calcográfico, así que este fue mi siguiente paso en este maravilloso mundo. Me inscribí en unos talleres de grabado con la famosa artista granadina miembro del grupo “Realejo” Araceli de la Chica y luego con la estampadora Ana Villén, fueron unos maravillosos años, en los que descubrí un mundo muy versátil en el cual me desenvolvía muy bien, doblegando los elementos constructivos a mi placer. Quince años después realicé el ciclo completo de Grabado y Estampación, enterrando desde ese momento mi amor por el aguafuerte.
                                                       



                                                      EPILOGO

       "No quiero el Arte para unos pocos"

    Con esta frase comienzo este final de mi relato, bonita, pero utópica, pues paradójicamente sus productos resultaron asequibles sólo para unos pocos, ya que la artesanía no podía competir con los sistemas de producción industrial, mucho más baratos. Belleza, sociedad y economía debían resolver aún nuevos litigios.
   Como político y pensador tuvo también un sitio en la historia, aunque no fue tan relevante ni viene al caso exponer las mías tampoco.
  
      Ahora bien, desde la perspectiva específica del diseño y de su historia, la modernidad de William Morris, es decir el aspecto más sugerente de su obra, radica precisamente en su manera de enfocar el problema del diseño del producto industrial más allá de la comprensión de las tradiciones artesanales, por lo que, sin embargo, es más conocido.



    1.Ver Some Hints on Pattern-Designing (1881) CW XX11, pp. 176-178. La cita es larga pero divertida: «Take note, too, that in the best art all these and awful things are expressed clear-y and without any V3gueness, with such life and power that they impress the beholder so deeply that he is brought face to face with the very scenes and lives among them for a time; so raising his life above the daily tangle of small things that wearies him, to the level of the heroism which they represent [...] This is the best art [...] yet its very greatness makes it a thing to be handled carefully, for we cannot always he having our emotions deeply stirred that wearies us body and soul; and man, an animal that longs for rest like other animals, defends himself against the weariness by hardening his heart, and refusing to be moved every hour of the day by tragic emotions; nay, even by beauty that claims his attention ove-much [...] Meantime, I cannot allow that it is good for any hour of the day to be wholly stripped of life and beauty; therefore we must provide ourselves with lesser art wich to surround our common workaday or restful times; and for those times, I think, it will be enough for us to do the our daily and domestic walls with ornament that reminds us of the outward face of the earth, of the innocent love of animals, or of man passing his days between work and res as he does. I say, with ornament that reminds us of these things, and sets our minds and memories at work easily cresting them».