Este libro fue publicado por Vasili Kandinsky en 1911, esencialmente propone despertar la capacidad de captar lo espiritual de las cosas materiales y abstractas. Que el espectador se enfrentara a la obra de arte con el alma abierta y queriendo escuchar.
“La riqueza cromática del cuadro ha de atraer con gran fuerza al espectador y al mismo tiempo ha de reconocer su contenido profundo”
Después de leer y releer esta cita, pienso que:
la forma, el plano el color, todo unido o separado conforma un único universo mágico
que me atrapa, me subyuga y me libera, forma parte de la pasión del artista, de
su búsqueda incansable por la belleza; esa que no se deja atrapar, esa que
libra su gran batalla para no ser desnudada y expuesta cruelmente a las
lascivas miradas del mundo.
Noches de vigilia contemplando en la
penumbra; en la mas absoluta de las soledades mi obra escondida entre las hojas
despedazadas de infinitos bocetos la
ultima pincelada, tocando el frío lienzo, lo hago como si encerrara en su
interior un ojeroso muerto amortajado y preparado para ser descuartizado por
miles de gusanos, como si de una horda de cirujanos se tratase.
Consigo atraer la atención del
espectador, pero cada pincelada me lacera el alma, pareciera que los terrosos
pigmentos esparcidos por mi paleta perteneciesen a mi piel seca y triturada, hábilmente
tratada y coloreada para que forme parte de la obra, presiento que “El retrato de Dorian Gray “me pertenece.
Percibo el lento pero inexorable y progresivo envejecimiento de la tela, de los
tintes. Los aceites queman mi piel y la hacen sangrar resbalando por mi
cuarteada cara, depositándose en los cuencos donde vuelvo a recoger esos malolientes
y putrefactos excrementos.
El balanceo cromático esta hábilmente distribuido
por la estancia, los colores son limpios y puros y la suavidad de la degradación
de las formas le da una fría y desagradable estructura.
El gesso artesano absorbe el óleo, los
continuos y obsesivos raspados me devuelven unos profundos y multicolores matices,
pero también unos luminosos y cristalinos esfumatos.
La obra está casi terminada. ¡Los ritmos! Ese
rondó sutil esta presente, conformando un simple pero violento mapa estructural.
El compás armónico ya hizo su trabajo, los
mosquitos y el polvo también, solo queda que el ser que mueve mis manos haga el
trazo final, ese grafismo que identifica mi triste y solitaria obra.
“Trabajando
duro, viejo, espero hacer algo bueno algún día. No lo hago todavía, pero lo
persigo y lucho”. Vincent Van
Gogh
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